Si tuviese que reflejar mis pensamientos acerca del sistema educativo, este sería uno de los libros que emplearía para hacerme entender en caso de una exposición fallida.
-[...] Flaig habló del examen, deseó suerte al muchacho y le animó; pero la finalidad de sus palabras era darle a entender que un examen así, en fin de cuentas, no era más que una cosa externa y accidental. Suspender no era una vergüenza, le podía suceder al mejor; y, si acaso, le sucedía a él, debía recordar que Dios tiene con cada alma sus intenciones determinadas y la conduce por sus caminos propios.
-[...] Su deber y misión encaminada a él por el Estado son domar y exterminar en el joven los toscos apetitos y las fuerzas de la natualeza, y plantar en su lugar ideales comedidos, tranquilos y reconocidos por el Estado. ¡Más de uno, que ahora es un satisfecho ciudadano y eficiente empleado, se hubiera convertido, sin los desvelos del colegio, en un innovador impetuoso y desenfrenado o en un soñador meditabundo y estéril! Había algo en él, algo salvaje, sin reglas, inculto, que había que apagar y extinguir. El hombre, tal como le crea la naturaleza, es algo desconcertante, opaco y peligroso. Es un torrente que se despeña desde un monte desconocido, y una selva sin camino ni ley. Y así como la selva tiene que ser aclarada, limpiada y reducida por la fuerza, el colegio tiene que romper, vencer y reducir por la fuerza al hombre natural; su misión es convertirle, según los principios que acepta la aturoidad, en un miembro útil de la sociedad, y despertar en él las cualidades cuyo desarrollo total vendrá a coronar y terminar la cuidadosa disciplina del cuartel.
-[...] A esto se añade, como factor importante de la vida de internado, la necesidad de autodominio y el sentimiento de pertenecer a una colectividad. La fundación, a cuyas expensas les es permitido a los seminaristas vivir y estudiar, ha cuidado de que sus pupilos sean el producto de un determinado espíritu por el que más tarde serán reconocidos en cualquier momento: una sutil y segura manera de dejarles marcados. Así pues, con excepción de los indomables que se escapan de vez en cuando, se puede reconocer a cualquier seminarista, suabo como tal, durante toda su vida.
-[...] Esto es trabajar a jornal -decía-, tú no haces todo el trabajo por gusto y libremente, sino únicamente por miedo a las profesores y a tu viejo
. ¿Qué sacas siendo el primero o el segundo? Yo llevo el número veinte, y por eso no soy más tonto que vosotros los empollones.
Herman Hesse
El ideal (aunque disfrazado con otras palabras) de renuncia a los años jóvenes o venta de la propia vocación por miedo a lo que uno podría llegar a hacer con su vida el resto de sus días, por más que haya promesas de una felicidad futura, si se mantiene, no llega a buen término. Igual con la carrera laboral y, en definitiva, todo aquello en lo que uno no sigue sus tendencias internas y fuerza convertirse o hacer algo que va en contra de su ser.