miércoles, 23 de diciembre de 2009

En la India...

En la India juegan al críquet por herencia inglesa -de hecho, es un juego muy popular-. Y en Inglaterra, juegan al polo por herencia india -¿para qué mencionar su grado de divulgación?-. Como conclusión se puede extraer que el contacto entre culturas siempre da pie a una serie de cambios en las mismas trátese de colonizadores o colonia, o encuentro casual. Y, al contrario de lo que podría pensarse, estos cambios no tienen por qué implicar una pérdida de la propia identidad, sino un enriquecimiento de la misma, además, de una mayor apertura a la comprensión de ajenas.

Partir de este ejemplo es, claro está, una generalización. De todas formas, personalmente considero absurda la postura de ciertos gobiernos que consideran que la mejor forma de "defenderse" ante la "invasión" externa es cerrar sus puertas, aislando entonces a los miembros de la nación del resto del mundo y a estos últimos, negándoles una fracción de este. Todo ello no con mejores resultados, claro, pues, de esta forma, ningún tipo de evolución puede llegar a tener lugar.

En primer lugar, las barreras nacionales se deciden por convención, es decir, no existen de forma tangible en la naturaleza y el cambio está implícito aún en las tradiciones y costumbres más arraigadas -estas, como toda catergoría, son arbitrarias y acordadas por un determinado número de personas-. Luego, ¿qué sentido tiene el de pretender que algo se mantenga estático por el resto de los siglos cuando la propia naturaleza apenas conoce tal concepto y todo está sujeto a reglas que conllevan una mutación constante a lo largo del tiempo a mayor o menor escala? ¿y qué sentido tiene considerar de antemano que lo hipotéticamente ajeno a uno supone una amenaza? Y aún así, ¿por qué concebir la patria como propia cuando esta no existe sino en terreno abstracto respecto a uno y no objetivamente de forma no innata?

En definitiva, ¿por qué ha de tener que ser propio aquello con lo que uno nace? Imponerse límites de tales tipos no supone más que una restricción de la libertad de elección que, en teoría, todos poseen. Y siendo el planeta tan inmenso y las culturas que en él coexisten tan numerosas, ¿por qué conformarse con aquello que sólo forma parte de nuestra realidad más inmediata? Considerar la perspectiva de que el ser humano forma parte de todo aquello que puede llegar a concebir resultaría, indiscutiblemente, beneficioso tanto para este consigo mismo como para con otros.

2 comentarios:

  1. Dicho hecho es atribuíble indudablemente al dogmatismo y fanatismo que expresan algunos por sus culturas. La adoración excesiva de un hombre a su cultura y el haber sido criado única y exclusivamente en convivencia de ésta induce al desarrollo de la idea consistenete en que sólo exise una única cultura válida universalmente. Ello sumado a la adoración de su cultura de forma dogmática provoca un inmediato rechazo a cualquier otro tipo de cultura. Con el consecuente encierro en la única cultura válida y suprema para éste. Lo que origina varios conflictos políticos, sociales y fronteras entre el intercambio cultural.

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  2. Sí, es cierto. El dogmatismo, como tu dices, en cuanto a la "superioridad" de la propia en cualquier sentido o prejuicios acerca de lo exterior junto con la falta de contrastes con alguna otra cultura para corroborar que las ideas adquiridas son ciertas, da lugar a ese rechazo a lo que esta fuera de los propios límites marcados por uno.

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