Hubo una época no hace mucho tiempo en la que me aficioné de sobremanera al cine. En especial, me fascinaban las películas antiguas y experimentales (de esas en blanco y negro y sin audio), el de la década de los 20' para ser exactos y preferentemente el no americano (prefiero el cine de autor al de las grandes industrias).
En general, ese es un mundo, sin lugar a dudas, deslumbrante. ¡Un universo de símbolos que interactúa con el espectador! ¡Un universo, asimismo, que debe tratar de ser descifrado para llegar a su núcleo, las capas más internas que mueven los hijos y dan sentido a cada uno de esos pequeños elementos que componen el film!
Y, cómo no, la teoría cinematográfica no es menos fascinante. Recuerdo también una gran cantidad de libros acerca del lenguaje del cine, detalles sobre el montaje -¡citar a Eisenstein!- y la realización. Todo ello generalmente con el desemboque del análisis de grandes obras (en los que todos los anteriores servirían de marco y guía a la hora de examinar cada uno de los símbolos de estas).
Sin embargo, hoy por hoy, ese antiguo hobby está enterrado en alguna parte de mi hipocampo y erradicado de mis rutinas. Pero, por obra y gracias de algún tipo de fuerza divina, mi mente ha hecho un flasback de súbito (de hecho, hoy a sido un día de flasbacks) y con los ánimos renovados, estoy pensando en volver a recuperar algunas de mis aficiones. Mas, ¡el tiempo...!
Me doy cuenta día tras día de que el tiempo escasea (el de ocio). Y, de este modo, las ganas de seguir luchando por la vida -giro de tema de 180º- difícilmente permanecen en pie -o por lo menos en mi caso-. De dieciséis (8 de ellas, de sueño) puedo renunciar, así pues, 8 horas. De esas 8, además, 3 o 4 deben ser empleadas (al estudio diario). Y, de entre las 4 o 5 restantes, debo organizar y mantener en orden el resto de los aspectos de mi existencia. Claro está, en el momento en el que una de estas tres esferas se desmoronan, las otras dos sufren indefectiblamente, y mantener la armonía, no es cosa sencilla. No obstante, no es, en realidad, la escasez de tiempo en sí el problema, sino la falta de sentido en la que todo esto está sumido.
Hay quien dice que la clave está en mantener las miras enfocadas en una meta determinada y hacer justo aquello que uno decida por sí mismo -se trate pues de aquello que lo mueve interiormente, o hacia lo que siente vocación-. Y sin embargo, todo ello se tiñe de un matiz absurdo cuando es una fuerza externa la que debe mover una fuerza interna para que algo, asimismo externo, se mantenga, pero, hipotéticamente, orientado al interior. O, en otras palabras, que la sociedad te imponga determinados horarios y rutinas que deben estar motivadas por una fuerza interna para que todo esto te beneficie a ti mismo -en teoría- pero cuyo fin último es el de servir a la susodicha sociedad. ¿Quién acordó que el trabajo fuese uno de los ideales que moviesen a la población hoy día? ¿No existen acaso otro tipo de sendas más personales y beneficiosas para el propio ser en cuanto a su realización?
En fin, ya seguiré con este tema puesto que me estoy desviando del principal. Trataré en definitiva de hacer un hueco en la semana para ver algún clásico u film desterrado -desterrado en el sentido de antiguo, puesto que no soporto las películas comerciales-. Y con esto, seguramente daré pie a otras entradas con mis próximos descubrimientos en esta materia. Y dicho lo dicho, hasta el próximo post.
martes, 22 de diciembre de 2009
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